NATURALEZA IMPLÍCITA
por M. G.
A comienzos del siglo XX, la mayor parte de la población
mundial estaba asentada en regiones campesinas. Ahora, en los años iniciales
del siglo XXI, numerosos estudios demográficos de Naciones Unidas señalan que
más de la mitad de los habitantes de nuestro planeta viven en zonas urbanizadas.
Entretanto, las ciudades crecen y crecen desplegándose hacia las áreas rurales,
mientras los pobladores de éstas emigran hacia las expansivas metrópolis y se
afincan entre el cemento y el asfalto.
El “campo” tradicional también fue disolviéndose en el
tiempo. Las antiguas parcelas agrícolas y los enclaves silvestres han dado paso
a los masivos cultivos industriales altamente mecanizados. Los suburbios de las
ciudades, donde antaño abundaban las “quintas” productoras de alimentos, han
dado paso a los countries (barrios
privados con “espacios verdes”) o a enclaves industriales.
Hace un par de décadas, una maestra suburbana (de la Capìtal Federal ) pidió a sus
alumnos que dibujaran un pollo. La mayoría volcó al papel la misma imagen: el
asador de una rotisería. Mi hijo mayor vio por primera vez pollitos vivos
siguiendo a la gallina, cuando visitamos una granja distante en Brasil.
En la misma época, conocí en Santo Pipó (Misiones) al
pionero Alberto Roth, inmigrante suizo productor de yerba mate orgánica
(natural). En su finca, convenientemente
circundado por una alambrada, había preservado un sector de genuina selva
misionera, donde ninguna mano humana alteraba los flujos de la flora
originaria. Vi allí pájaros e insectos que desconocía, arbustos vigorosos,
flores encantadoras. El aire tenía otra textura, los aromas eran penetrantes,
los rayos del sol dibujaban sombras misteriosas. En el estanque nadaban peces
de colores magnéticos.
De algún modo, intuyo que los cultores del ecoturismo tratan
de descubrir algo que ya no existe en las grandes ciudades donde las plazas y
los parques son perímetros de árboles y plantas domesticados, en su mayoría
importados de otras latitudes (exóticos) y las hierbas (cuando existen)
consisten en céspedes híbridos. Allí lo que predomina es una ficción de la Naturaleza.
Cuando llegan las vacaciones de verano (o invierno) hay
habitantes urbanos que dejan sus domicilios en la ciudad para dirigirse hacia
playas, montañas o lagos del país, a fin de reconectarse con algo que
represente al mundo natural. Según el destino que elijan, pueden encontrarlo
todavía. Pero en ciertos centros turísticos muy populares, la fiebre
inmobiliaria ha reeditado los grandes edificios y los centros comerciales (que
supuestamente quedaron donde esa gente vive habitualmente) junto al mar: ahí
las playas se parecen más a un estacionamiento de autos que a la Naturaleza.
En lugares de alta montaña, o de sierras más accesibles, las
zonas bajas se van llenando de enjambres de cabañas y cámpings, donde también rige la dinámica de la “playa de
estacionamiento” donde los autos son reemplazados por carpas. Allí, el turista
se topa con vecinos incómodos como los mosquitos y las hormigas, descubre que
el agua es un insumo escaso, produce una buena cantidad de basura plástica, y
regresa por fin a la ciudad para descansar de sus “vacaciones”. Ha tenido, eso
sí, un contacto con la
Naturaleza explícita: el sol, la lluvia, el viento o la
nieve.
El agreste entorno natural, antiguo emplazamiento de indios comechingones, había sido bautizado Aguas Claras.
Esa alianza de jóvenes construyó sus viviendas con adobe, desplegó una huerta orgánica, obtenía el agua potable del arroyo por medio de un ariete hidráulico, recurrió en parte a la energía solar para iluminar el comedor comunitario, y se convirtió en un centro de investigación del vínculo de los seres humanos consigo mismos y en el marco de las fuerzas naturales. Bien avanzada la experiencia (que incluía danzas sagradas y cocina natural), la asamblea comunitaria (las decisiones se tomaban por consenso) aprobó el uso de la electricidad y una conexión telefónica para acceder a la Internet. Experimentaban la arquitectura bioclimática y las energías renovables. Numerosos arquitectos del país les donaban puertas y ventanas provenientes de trabajos de demolición.
Parte de sus ingresos provenía de actividades de
“reconocimiento de la
Naturaleza ” ofrecidas a grupos de jóvenes que durante el
verano pasaban una quincena en el lugar y, guiados por un biólogo y un baqueano,
recorrían los espacios circundantes identificando aves, reptiles, insectos,
animales y vegetación, sin omitir las plantas medicinales y en base a un
profundo sentimiento de reverencia hacia lo natural. Aplicaban el espíritu de
las tribus amazónicas: dejar la mínima huella posible en el paisaje. Simultáneamente,
un equipo llamado “Juntos” realizaba trabajo social en una paupérrima villa
miseria de Cruz del Eje, enseñando allí la construcción con adobe. Todo, en Aguas Claras, sucedía en el contexto
de la Naturaleza
implícita: los fenómenos atmosféricos, el cambio de las estaciones, las
polinizaciones, la observación de las estrellas en el cielo límpido, las fases
de la luna, las flores y el silencio serrano.
Un estudio sobre esta experiencia, realizado (2001)
por la Lic. Silvia
Baeza, profesora titular de Clínica
Psicopedagógica (Facultad de Psicología y Psicopedagogía, Universidad del
Salvador), identificó en Elpis estos principios rectores:
- Crear una conciencia ecológica que conduzca a
una acción inmediata.
- Integrar el conocimiento con la vida, la teoría
con la acción cotidiana generando una actitud de continuo aprendizaje, que
dure toda la vida.
- Orientar las actitudes desde una posición de
fragmentación y aislamiento hacia una conciencia global y de
participación.
- Eliminar las barreras que impiden un mejor
entendimiento y acción más efectiva: las de la condenación y los
preconceptos, las que existen entre las distintas disciplinas, entre
intelectuales y "gente común", entre los que piensan y los que
hacen.
- Atraer aquel tipo de arte que exprese símbolos
para ser vividos y experimentados.
- Detectar las necesidades de la zona y sus
posibilidades de desarrollo ayudando a mejorar la calidad de vida.
- Evitar que los jóvenes del lugar emigren a
través de la creación de fuentes de trabajo, capacitación laboral y micro-emprendimientos.
- Revalorizar el conocimiento del "hombre de
campo" y el indígena.
Frejtman (ya fallecido) preconizaba el rescate de los
conocimientos de los ancianos lugareños, a quienes llamaba “maestros por
presencia”. Los veía como portadores de la sabiduría de la Naturaleza implícita.
Decía además: “El cambio sólo es posible dentro de nosotros. La verdad y la
culpa están sólo dentro de nosotros. La guerra externa no es sino un show más espectacular de nuestra
propia guerra interna. La contaminación externa es producto de nuestra
contaminación interna. Es ésta la guerra que debo terminar antes que nada. El
Maestro está aquí, dentro de nosotros, lleno de Sabiduría y Poder.”
Los jóvenes fundadores de Aguas Claras
se volvieron adultos con hijos mientras sentían el llamado de sus vocaciones
personales (música, docencia, profesorado) que por un lado requerían una
experiencia universitaria o una vida en un entorno “poblado”. Y a medida que
crecían, la educación formal de sus niños los fue apartando del lugar: las
parejas fueron así trasladándose a otros lugares. Aguas Claras se fue
despoblando. Varios intentos para reanimar su espíritu pionero no prosperaron.
Hoy está desierta. Como tantos otros pueblos antiguos. Entretanto, el huerto
orgánico se ha entrelazado con la flora espontánea.
Otros jardines humanos han venido
tomando forma al mismo tiempo, en otros lugares. La vida no pierde el tiempo.